Siempre me sorprendió, hasta aturdirme, la alegría conceptual con la que se procede al bautizo de ciertos acontecimientos, fenómenos y procesos históricos. Un ejemplo de libro es el nombre que los medios de comunicación han asignado a las protestas populares acontecidos en ciertos paises norteafricanos: 'la primavera árabe'. La propia designación es ya, en si misma, una muestra palmaria de la imprecisión metafórica que se ha apoderado del lenguaje común y al mismo tiempo, del lenguaje de los presuntos expertos mediáticos que pululan por las televisiones de medio mundo.
Nunca me gustó esa frase con la que los titulares periodísticos intentaron resumir esas sublevaciones. No tengo inconveniente en confesar, que mis cautelas iniciales ante esa denominación de evocaciones floridas, se arraigan en el conocimiento histórico de que otras 'primaveras' 'despertares' y 'amaneceres' esperados por cielo, tierra y mar, desembocaron en una cruenta y trágica guerra civil, que todavía no hemos acabado de llorar por estas tierras de la otra orilla del Mediterráneo.
Siempre que, tras una legitima e ineludible rebelión popular, las exiguas minorías de revolucionarios profesionales de todo signo, se lanzan a interpretar, capitalizar y dirigir las protestas, yo siempre desconfío y me pongo en estado de alerta. Cuando comienzan a celebrar el 'despertar' del pueblo (del que habitualmente abominan, a causa de su alienada somnolencia) yo siempre me pregunto donde estaban ellos (fermento de las masas) cuando según ellos mismos, el pueblo dormía anestesiado. Cuando ellos tocan diana para recibir el amanecer, yo me preparo para permanecer en vigilia durante la larga noche que me espera. Cuando ellos comienzan a anunciar primaveras yo comienzo a abrigarme frente al siguiente largo y frío invierno.
La llamada primavera árabe, estalló y se propagó, curiosamente, en pleno invierno. El viernes 17 de diciembre de 2010, el joven universitario y vendedor ambulante Mohamed Bouazizi, se quemó a lo bonzo en la ciudad de Sidi Bouzid, para protestar contra la acción de la policía que, al confiscarle su puesto callejero de venta de frutas, le había condenado al paro y la miseria.
Las protestas que siguieron a este acontecimiento fueron duramente reprimidas, hasta el punto de causar 66 muertos en un mes. La presión popular logró que el presidente Ben Alí huyese del país el 14 de enero. Subrayemos que aunque lograron derrocarlo (lo hicieron caer de la roca, del poder) no fueron ellos lo que le sustituyeron. Ben Ali huyo, pero los sublevados no ocuparon el poder, ni designaron a su nuevo ocupante.
Para denominar estos acontecimientos, sus propios protagonistas, le llamaron con sobriedad, realismo y precisión, la intifada de Sidi Bouzid. Me parece conveniente subrayar la pertinencia de esa denominación, intifada, para describir los acontecimientos a los que nos estamos refiriendo. Primero porque es una denominación autóctona, vernácula, escogida y usada por los propios protagonistas. Segundo, porque tiene una traducción fácil y reconocible, de modo que podemos saber como llamaríamos en nuestra lengua a acontecimientos homologables sucedidos en nuestros territorios.
Intifada es palabra árabe que en sentido literal quiere decir "levantar la cabeza" y significa también agitación, levantamiento, sublevación. En castellano tenemos palabras equivalentes, que describen fenómenos comparables: rebelión, insurrección, motín. Es decir, cese de la obediencia a la autoridad constituida. Ese es el contenido central de estos movimientos: la negativa a obedecer a una autoridad constituida, sea legítima o ilegitima, porque se estima que esa autoridad ha actuado injustamente y se le exige reparación inmediata de la ofensa inferida, restitución de la justicia.
La diferencia evidente entre insurrección-(intifada) con otros conceptos como revolución o como golpe de estado, consiste en que la insurrección es una deslegitimación moral del poder que no implica acción de tomarlo u ocuparlo por parte de los insurrectos. Por el contrario, las revoluciones y los golpes de estado, conllevan un proyecto programado de ocupación de los instrumentos de poder, que puede fracasar o tener éxito, pero que se dirige deliberadamente a ese fin desde el primer momento.
Solemos admitir que las revoluciones son procesos de ocupación del poder y de transformación posterior de la legalidad pre-existente, en los que participan amplios sectores sociales, con intereses plurales, aunque convergentes en un momento dado.
Los golpes de estado se caracterizan porque son planificados y ejecutados por una minoría (militar, política o económica...) que toman el poder por sorpresa y sin participación de los amplios sectores de la sociedad que consideramos protagonistas de las revoluciones.
Bien es verdad, que estos tres conceptos, claramente separados en el ámbito de la teoría, se nos presentan frecuentemente mezclados en la práctica histórico-política.
Las insurrecciones, las intifadas, no siempre son espontáneas, no siempre son de origen popular, aunque sean protagonizadas por el pueblo. El Motín de Aranjuez, es un ejemplo de golpe de estado absolutista, de carácter político-militar, que se organiza fomentando y financiando una sublevación popular, que sirve de coartada a los golpistas.
La Revolución de 1868, es efectivamente un proceso revolucionario, en el que una insurrección popular pacífica, organizada por partidos políticos coaligados en el pacto de Ostende, confluye con un golpe de estado militar que arranca en el pronunciamiento de Topete y concluye con la derrota de las fuerzas leales a la reina Isabel II a manos del General Serrano en Alcolea.
El advenimiento de la II República Española en 1931, es el resultado de un proceso de insurrección popular pacífica, que se ha organizado previamente mediante un amplio acuerdo político fraguado entre fuerzas políticas muy dispares en el Pacto de San Sebastián. En esta ocasión, la toma del poder se consuma sin participación de ninguna clase de fuerzas armadas, que se abstienen de intervenir en ese momento.
La Revolución de los claveles, el 25 de Abril de 1974 en Portugal, fue un golpe de estado militar contra la dictadura de Oliveira Salazar. Derrocado el dictador, el ejercito sublevado puso el poder ocupado por ellos, en manos de instituciones civiles legitimadas democráticamente.
La Transición a la Democracia entre 1975-1978, en España, es un proceso revolucionario, ejecutado a través de una insurrección pacífica iniciada en los años 60, organizada y dirigida contra el franquismo por un amplísimo acuerdo entre fuerzas políticas dispares que supieron afrontar e impedir los intentos de golpe de estado militar de carácter contra-revolucionario que se sucedieron durante el proceso.
Los tres instrumentos básicos del cambio histórico político, pueden estar presentes al mismo tiempo, confluyendo en una misma dirección o enfrentándose en direcciones contrarias. En las llamadas 'primaveras árabes', esa confluencia se repite. Y es el estudio detenido en cada caso, lo que nos puede poner en conocimiento de la naturaleza de esos procesos. Pero un estudio detenido, exige tiempo y documentos.
Las polémicas en torno a la naturaleza de los sucesos de Egipto, son cuando menos, precipitadas. Nos quedan muchas cosas por saber, más allá de los titulares periodísticos. Pero mientras nos llegan esos documentos imprescindibles, hay algunas cosas que parecen claramente establecidas. La intervención directa como protagonistas de primer orden, de los militares, constituyen una característica básica en la determinación de la naturaleza de los hechos.
La primera apariencia que proyectan esos acontecimientos, es que el ejército egipcio (pese a ser un poder no electo, no legitimado democráticamente y no sometido a obediencia respecto al poder civil) ha sabido mantenerse al margen del desgaste directo que genera el ejercicio del gobierno y situarse en una posición de poder arbitral. Algunos expertos han resaltado estos días que el ejército Reina pero no Gobierna. Habria que aclarar que aunque se niegue a gobernar el ejercito egipcio usurpa y ejerce funciones parlamentarias, cesando y nombrando gobiernos y derogando leyes..
En esas condiciones, calificar los sucesos de Egipto como una revolución democrática es cuando menos, una afirmación precipitada y discutible. Incluso cuando este calificativo procede de egipcios que se consideran a sí mismos en el lado de esa presunta revolución. ¿De verdad los militares egipcios de 2013 guardan alguna similitud con los militares portugueses de 1974.? Yo no alcanzo a verla.
Y muestras de desbordante creatividad como la que se derrama en este 'mapa de Egipto', lejos de admirarme por su presunto ingenio, me indignan, porque sospecho que por ignorancia o por malicia, alguien ha querido comparar a un ejército portugués que dio un golpe de estado democrático para devolver el poder a la soberanía popular, tapando los cañones de sus armas con claveles, con un ejercito egipcio que se ha adueñado de la soberanía popular secuestrándola y no tapa con claveles sus fusiles, sino que tapa con balas las bocas de los que disienten de sus designios. Mi deseo es que el clavel que ha crecido en el delta del Nilo, no llegue a ser la mancha se sangre derramada en un conflicto civil como el en el que desembocó la primavera siria o la primavera libia.
En principio, en Egipto, hemos asistido, en los últimos días, a una intifada contra el gobierno de Mursi. Una sublevación, una negativa a obedecer al gobierno establecido por un proceso electoral limpio, pero que ha gobernado sin el consentimiento de los gobernados. Esa intifada ha sido protagonizada por una parte importantisima de los egipcios que, en cualquier caso no puede ser cuantitativamente evaluada con rigor para saber si esa parte es mayoritaria en el conjunto de la sociedad. Son demasiados ya los ejemplos de que quienes llenan las plazas, no llenan las urnas.Y desde luego, aun en el caso de que pudiésemos establecer que los sublevados constituyen una nítida mayoría social, la fragmentación ideológica, religiosa y política de quienes la componen, ha conducido hasta el momento a una absoluta incapacidad para conformar una mayoría política que pueda sustentar un gobierno democrático respaldado en elecciones libres.
Las primaverales protestas de las plazas egipcias han puesto en evidencia que existe una mayoría social capaz de derrocar en la calle a cualquier gobernante que no les guste, pero que no son capaces de construir mediante el acuerdo y la transacción, gobiernos democráticos sólidamente sustentados en mayorías parlamentarias realmente representativas. El pueblo egipcio es plural pero el conservadurismo religioso parece muy extendido. Las 'masas revolucionarias' parecen bastante exiguas y en cualquier caso muy divididas. Pueden unirse para constituir amplias minorías de bloqueo, capaces de dinamitar cualquier intento de acuerdo, pero son incapaces de auparse al poder constituyendo mayorías sociales de progreso que se traduzcan en mayorías parlamentarias estables.
La estrategia de cambio democrático en Egipto, no parece ser la del acuerdo y el pacto entre una mayoria musulmana y una minoría laica. La de la exclusión y el aislamiento parece haberse impuesto en todos los grupos respecto a los demás. Y eso conduce inexorablemente al enfrentamiento civil. Y el enfrentamiento civil, espontáneo o inducido, es el escenario ideal para la intervención militar. Para el golpe de estado antidemocrático que se presenta como el remedio quirúrgico, con el que el populismo anti político de los patriotas autoritarios que fantasean con no ser ni de izquierdas ni de derechas, que denigran a los partidos por ineficaces y a los políticos por corruptos, acaba sustentando, en silencio cómplice, a dictadores totalitarios que se sienten en posesión de la verdad y que no dudan en disparar contra su pueblo, silenciar con plomo a sus reporteros y en encarcelar a los disidentes de toda procedencia en defensa del Orden y la Justicia.
Tengo que estar atento a lo que pase en Egipto en adelante para acompasar mis opiniones a nuevos datos y adaptar mi pensamiento a lo que la realidad vaya imponiendo. Pero de momento y mientras tanto, entiendo que he asistido al desarrollo de una insurrección popular, que ha sido neutralizada por el ejercito mediante la ejecucion de un golpe de estado antidemocrático. Cuando pienso en la insistencia en interpretar como una revolución triunfante el derrocamiento militar de Mursi, y observo la indisimulada alegria con la que muchos grupos y personas han recibido en las redes el grito de júbilo de Tahir, se me hiela la sangre con solo pensar que aquí, en España, una eclosión floral, una corriente de admiración primaveral que antes habiamos dirigido a Túnez y despues a Islandia, se dirija ahora hacia Egipto y una vez más nos 'vuelva a reir la primavera'.
Estoy firmemente convencido de que hay que desalojar del poder, de todas las instituciones, a quienes han corrompido el sistema democrático español y lo han puesto a su servicio y al servicio de los poderes financieros. Estoy persuadido de que hay que reformar el edificio construido en la Transición por que llegado a su otoño, esta viejo y deteriorado y no funciona bien. Por eso me uní al 15M desde el 3 de Abril. Es cierto que nunca llegué a sentirme muy 15M que digamos. No comparto muchas consignas del movimiento que, a mi juicio, encuentran más sustento en el sentimiento que en la razón. Jamás he aceptado que vivimos en una dictadura a la que llaman democracia y no lo es. No admito que el nuestro sea un sistema bipartidista y no acepto que pueda sostenerse con rigor la afirmación de que PSOE y PP la misma mierda es... No oculto que me gustaría desalojar a estos mentecatos del poder sin utilizar otras armas que los votos en las urnas. Pero aquí estoy, respetuosamente discrepante, junto a mis vecinos de la izquierda, aceptando que pueden llevar razón y que finalmente, es posible que, para conseguirlo, haya que recurrir a la intifada, a la insurrección, al motin popular. No lo excluyo.
Pero antes de iniciar el pacífico asalto final a las calles y a las plazas, haríamos bien en forjar un amplio acuerdo político previo, que nos permita nombrar un parlamento y un gobierno que si nos represente, que obedezca a los ciudadanos y no a los banqueros. Un parlamento y un gobierno sólidamente respaldado, que ocupe el poder con toda legitimidad al día siguiente de haber hecho caer a estos tahúres.
Porque si no cuidamos ese extremo y nos dejamos llevar por los excesos hormonales de las primaveras en flor, podríamos encontrarnos ante un conflicto civil no buscado. Y sin llegar a esos extremos: podríamos encontrarnos con que nuestra justa indignación y nuestro deseo de derrocar a estos mangantes, nos lleve a andar hacia atrás. Ya Carrillo dijo un dia aquello de que "dictadura, ni la del proletariado". Yo lo suscribo a día de hoy. Y me remonto mas atrás aun: antes de la dictadura franquista y me pregunto ¿un paso atrás? ni para llegar a la República, me contesto. No sea que la presida Aznar, con mayoría absoluta y con poderes ejecutivos...
¿Os parece imposible? Pues a mi no. Y menos a la vista del gallinero en que se ha convertido la izquierda, siempre entregada en España al cainísmo, a las luchas fratricidas y a los certificados de limpieza de sangre expedidos por ayatolah y califas que se erigen en guardianes de la fe y la ortodoxia izquierdista. ¿Sería posible hablar pausada y razonadamente sobre este tema? Entre escrache y escrache; entre asedio a Bankia y rodeo al Congreso; entre alegato contra el bipartidismo y hagiografia de la democracia directa 4.0; ¿podriamos encontrar un hueco para pensar que hacemos con la puñetera izquierda en que nos ha tocado habitar?
¿O nos tocará, una vez más, limitarnos a ocupar las plazas, oler la libertad, cantar a la solidaridad mientas revoloteamos al aire nuestras manos, para regresar a casa en cuanto al dictador de turno se le ocurra mandar toque de queda, para que mientras retiramos precipitadamente a nuestros muertos de las cunetas de las plazas, volvamos, otra vez, a llorar la primavera?
Se dice que en las primaveras florecen preciosas flores de aroma embriagador. Pero en estas primaveras, sean árabes, asiáticas, latinoamericanas o europeas, las calles y las plazas se llenan de muertos anónimos a los que nadie, ni los creativos, ni los periodistas, ni los cantantes, ni los poetas, les ponen bonitos nombres.
Siempre que, tras una legitima e ineludible rebelión popular, las exiguas minorías de revolucionarios profesionales de todo signo, se lanzan a interpretar, capitalizar y dirigir las protestas, yo siempre desconfío y me pongo en estado de alerta. Cuando comienzan a celebrar el 'despertar' del pueblo (del que habitualmente abominan, a causa de su alienada somnolencia) yo siempre me pregunto donde estaban ellos (fermento de las masas) cuando según ellos mismos, el pueblo dormía anestesiado. Cuando ellos tocan diana para recibir el amanecer, yo me preparo para permanecer en vigilia durante la larga noche que me espera. Cuando ellos comienzan a anunciar primaveras yo comienzo a abrigarme frente al siguiente largo y frío invierno.
La llamada primavera árabe, estalló y se propagó, curiosamente, en pleno invierno. El viernes 17 de diciembre de 2010, el joven universitario y vendedor ambulante Mohamed Bouazizi, se quemó a lo bonzo en la ciudad de Sidi Bouzid, para protestar contra la acción de la policía que, al confiscarle su puesto callejero de venta de frutas, le había condenado al paro y la miseria.
Las protestas que siguieron a este acontecimiento fueron duramente reprimidas, hasta el punto de causar 66 muertos en un mes. La presión popular logró que el presidente Ben Alí huyese del país el 14 de enero. Subrayemos que aunque lograron derrocarlo (lo hicieron caer de la roca, del poder) no fueron ellos lo que le sustituyeron. Ben Ali huyo, pero los sublevados no ocuparon el poder, ni designaron a su nuevo ocupante.
Para denominar estos acontecimientos, sus propios protagonistas, le llamaron con sobriedad, realismo y precisión, la intifada de Sidi Bouzid. Me parece conveniente subrayar la pertinencia de esa denominación, intifada, para describir los acontecimientos a los que nos estamos refiriendo. Primero porque es una denominación autóctona, vernácula, escogida y usada por los propios protagonistas. Segundo, porque tiene una traducción fácil y reconocible, de modo que podemos saber como llamaríamos en nuestra lengua a acontecimientos homologables sucedidos en nuestros territorios.
Intifada es palabra árabe que en sentido literal quiere decir "levantar la cabeza" y significa también agitación, levantamiento, sublevación. En castellano tenemos palabras equivalentes, que describen fenómenos comparables: rebelión, insurrección, motín. Es decir, cese de la obediencia a la autoridad constituida. Ese es el contenido central de estos movimientos: la negativa a obedecer a una autoridad constituida, sea legítima o ilegitima, porque se estima que esa autoridad ha actuado injustamente y se le exige reparación inmediata de la ofensa inferida, restitución de la justicia.
La diferencia evidente entre insurrección-(intifada) con otros conceptos como revolución o como golpe de estado, consiste en que la insurrección es una deslegitimación moral del poder que no implica acción de tomarlo u ocuparlo por parte de los insurrectos. Por el contrario, las revoluciones y los golpes de estado, conllevan un proyecto programado de ocupación de los instrumentos de poder, que puede fracasar o tener éxito, pero que se dirige deliberadamente a ese fin desde el primer momento.
Solemos admitir que las revoluciones son procesos de ocupación del poder y de transformación posterior de la legalidad pre-existente, en los que participan amplios sectores sociales, con intereses plurales, aunque convergentes en un momento dado.
Los golpes de estado se caracterizan porque son planificados y ejecutados por una minoría (militar, política o económica...) que toman el poder por sorpresa y sin participación de los amplios sectores de la sociedad que consideramos protagonistas de las revoluciones.
Bien es verdad, que estos tres conceptos, claramente separados en el ámbito de la teoría, se nos presentan frecuentemente mezclados en la práctica histórico-política.
Las insurrecciones, las intifadas, no siempre son espontáneas, no siempre son de origen popular, aunque sean protagonizadas por el pueblo. El Motín de Aranjuez, es un ejemplo de golpe de estado absolutista, de carácter político-militar, que se organiza fomentando y financiando una sublevación popular, que sirve de coartada a los golpistas.
La Revolución de 1868, es efectivamente un proceso revolucionario, en el que una insurrección popular pacífica, organizada por partidos políticos coaligados en el pacto de Ostende, confluye con un golpe de estado militar que arranca en el pronunciamiento de Topete y concluye con la derrota de las fuerzas leales a la reina Isabel II a manos del General Serrano en Alcolea.
El advenimiento de la II República Española en 1931, es el resultado de un proceso de insurrección popular pacífica, que se ha organizado previamente mediante un amplio acuerdo político fraguado entre fuerzas políticas muy dispares en el Pacto de San Sebastián. En esta ocasión, la toma del poder se consuma sin participación de ninguna clase de fuerzas armadas, que se abstienen de intervenir en ese momento.
La Revolución de los claveles, el 25 de Abril de 1974 en Portugal, fue un golpe de estado militar contra la dictadura de Oliveira Salazar. Derrocado el dictador, el ejercito sublevado puso el poder ocupado por ellos, en manos de instituciones civiles legitimadas democráticamente.
La Transición a la Democracia entre 1975-1978, en España, es un proceso revolucionario, ejecutado a través de una insurrección pacífica iniciada en los años 60, organizada y dirigida contra el franquismo por un amplísimo acuerdo entre fuerzas políticas dispares que supieron afrontar e impedir los intentos de golpe de estado militar de carácter contra-revolucionario que se sucedieron durante el proceso.
Los tres instrumentos básicos del cambio histórico político, pueden estar presentes al mismo tiempo, confluyendo en una misma dirección o enfrentándose en direcciones contrarias. En las llamadas 'primaveras árabes', esa confluencia se repite. Y es el estudio detenido en cada caso, lo que nos puede poner en conocimiento de la naturaleza de esos procesos. Pero un estudio detenido, exige tiempo y documentos.
Las polémicas en torno a la naturaleza de los sucesos de Egipto, son cuando menos, precipitadas. Nos quedan muchas cosas por saber, más allá de los titulares periodísticos. Pero mientras nos llegan esos documentos imprescindibles, hay algunas cosas que parecen claramente establecidas. La intervención directa como protagonistas de primer orden, de los militares, constituyen una característica básica en la determinación de la naturaleza de los hechos.
La primera apariencia que proyectan esos acontecimientos, es que el ejército egipcio (pese a ser un poder no electo, no legitimado democráticamente y no sometido a obediencia respecto al poder civil) ha sabido mantenerse al margen del desgaste directo que genera el ejercicio del gobierno y situarse en una posición de poder arbitral. Algunos expertos han resaltado estos días que el ejército Reina pero no Gobierna. Habria que aclarar que aunque se niegue a gobernar el ejercito egipcio usurpa y ejerce funciones parlamentarias, cesando y nombrando gobiernos y derogando leyes..
En esas condiciones, calificar los sucesos de Egipto como una revolución democrática es cuando menos, una afirmación precipitada y discutible. Incluso cuando este calificativo procede de egipcios que se consideran a sí mismos en el lado de esa presunta revolución. ¿De verdad los militares egipcios de 2013 guardan alguna similitud con los militares portugueses de 1974.? Yo no alcanzo a verla.
Y muestras de desbordante creatividad como la que se derrama en este 'mapa de Egipto', lejos de admirarme por su presunto ingenio, me indignan, porque sospecho que por ignorancia o por malicia, alguien ha querido comparar a un ejército portugués que dio un golpe de estado democrático para devolver el poder a la soberanía popular, tapando los cañones de sus armas con claveles, con un ejercito egipcio que se ha adueñado de la soberanía popular secuestrándola y no tapa con claveles sus fusiles, sino que tapa con balas las bocas de los que disienten de sus designios. Mi deseo es que el clavel que ha crecido en el delta del Nilo, no llegue a ser la mancha se sangre derramada en un conflicto civil como el en el que desembocó la primavera siria o la primavera libia.
En principio, en Egipto, hemos asistido, en los últimos días, a una intifada contra el gobierno de Mursi. Una sublevación, una negativa a obedecer al gobierno establecido por un proceso electoral limpio, pero que ha gobernado sin el consentimiento de los gobernados. Esa intifada ha sido protagonizada por una parte importantisima de los egipcios que, en cualquier caso no puede ser cuantitativamente evaluada con rigor para saber si esa parte es mayoritaria en el conjunto de la sociedad. Son demasiados ya los ejemplos de que quienes llenan las plazas, no llenan las urnas.Y desde luego, aun en el caso de que pudiésemos establecer que los sublevados constituyen una nítida mayoría social, la fragmentación ideológica, religiosa y política de quienes la componen, ha conducido hasta el momento a una absoluta incapacidad para conformar una mayoría política que pueda sustentar un gobierno democrático respaldado en elecciones libres.
Las primaverales protestas de las plazas egipcias han puesto en evidencia que existe una mayoría social capaz de derrocar en la calle a cualquier gobernante que no les guste, pero que no son capaces de construir mediante el acuerdo y la transacción, gobiernos democráticos sólidamente sustentados en mayorías parlamentarias realmente representativas. El pueblo egipcio es plural pero el conservadurismo religioso parece muy extendido. Las 'masas revolucionarias' parecen bastante exiguas y en cualquier caso muy divididas. Pueden unirse para constituir amplias minorías de bloqueo, capaces de dinamitar cualquier intento de acuerdo, pero son incapaces de auparse al poder constituyendo mayorías sociales de progreso que se traduzcan en mayorías parlamentarias estables.
La estrategia de cambio democrático en Egipto, no parece ser la del acuerdo y el pacto entre una mayoria musulmana y una minoría laica. La de la exclusión y el aislamiento parece haberse impuesto en todos los grupos respecto a los demás. Y eso conduce inexorablemente al enfrentamiento civil. Y el enfrentamiento civil, espontáneo o inducido, es el escenario ideal para la intervención militar. Para el golpe de estado antidemocrático que se presenta como el remedio quirúrgico, con el que el populismo anti político de los patriotas autoritarios que fantasean con no ser ni de izquierdas ni de derechas, que denigran a los partidos por ineficaces y a los políticos por corruptos, acaba sustentando, en silencio cómplice, a dictadores totalitarios que se sienten en posesión de la verdad y que no dudan en disparar contra su pueblo, silenciar con plomo a sus reporteros y en encarcelar a los disidentes de toda procedencia en defensa del Orden y la Justicia.
Tengo que estar atento a lo que pase en Egipto en adelante para acompasar mis opiniones a nuevos datos y adaptar mi pensamiento a lo que la realidad vaya imponiendo. Pero de momento y mientras tanto, entiendo que he asistido al desarrollo de una insurrección popular, que ha sido neutralizada por el ejercito mediante la ejecucion de un golpe de estado antidemocrático. Cuando pienso en la insistencia en interpretar como una revolución triunfante el derrocamiento militar de Mursi, y observo la indisimulada alegria con la que muchos grupos y personas han recibido en las redes el grito de júbilo de Tahir, se me hiela la sangre con solo pensar que aquí, en España, una eclosión floral, una corriente de admiración primaveral que antes habiamos dirigido a Túnez y despues a Islandia, se dirija ahora hacia Egipto y una vez más nos 'vuelva a reir la primavera'.
Estoy firmemente convencido de que hay que desalojar del poder, de todas las instituciones, a quienes han corrompido el sistema democrático español y lo han puesto a su servicio y al servicio de los poderes financieros. Estoy persuadido de que hay que reformar el edificio construido en la Transición por que llegado a su otoño, esta viejo y deteriorado y no funciona bien. Por eso me uní al 15M desde el 3 de Abril. Es cierto que nunca llegué a sentirme muy 15M que digamos. No comparto muchas consignas del movimiento que, a mi juicio, encuentran más sustento en el sentimiento que en la razón. Jamás he aceptado que vivimos en una dictadura a la que llaman democracia y no lo es. No admito que el nuestro sea un sistema bipartidista y no acepto que pueda sostenerse con rigor la afirmación de que PSOE y PP la misma mierda es... No oculto que me gustaría desalojar a estos mentecatos del poder sin utilizar otras armas que los votos en las urnas. Pero aquí estoy, respetuosamente discrepante, junto a mis vecinos de la izquierda, aceptando que pueden llevar razón y que finalmente, es posible que, para conseguirlo, haya que recurrir a la intifada, a la insurrección, al motin popular. No lo excluyo.
Pero antes de iniciar el pacífico asalto final a las calles y a las plazas, haríamos bien en forjar un amplio acuerdo político previo, que nos permita nombrar un parlamento y un gobierno que si nos represente, que obedezca a los ciudadanos y no a los banqueros. Un parlamento y un gobierno sólidamente respaldado, que ocupe el poder con toda legitimidad al día siguiente de haber hecho caer a estos tahúres.
Porque si no cuidamos ese extremo y nos dejamos llevar por los excesos hormonales de las primaveras en flor, podríamos encontrarnos ante un conflicto civil no buscado. Y sin llegar a esos extremos: podríamos encontrarnos con que nuestra justa indignación y nuestro deseo de derrocar a estos mangantes, nos lleve a andar hacia atrás. Ya Carrillo dijo un dia aquello de que "dictadura, ni la del proletariado". Yo lo suscribo a día de hoy. Y me remonto mas atrás aun: antes de la dictadura franquista y me pregunto ¿un paso atrás? ni para llegar a la República, me contesto. No sea que la presida Aznar, con mayoría absoluta y con poderes ejecutivos...
¿Os parece imposible? Pues a mi no. Y menos a la vista del gallinero en que se ha convertido la izquierda, siempre entregada en España al cainísmo, a las luchas fratricidas y a los certificados de limpieza de sangre expedidos por ayatolah y califas que se erigen en guardianes de la fe y la ortodoxia izquierdista. ¿Sería posible hablar pausada y razonadamente sobre este tema? Entre escrache y escrache; entre asedio a Bankia y rodeo al Congreso; entre alegato contra el bipartidismo y hagiografia de la democracia directa 4.0; ¿podriamos encontrar un hueco para pensar que hacemos con la puñetera izquierda en que nos ha tocado habitar?
¿O nos tocará, una vez más, limitarnos a ocupar las plazas, oler la libertad, cantar a la solidaridad mientas revoloteamos al aire nuestras manos, para regresar a casa en cuanto al dictador de turno se le ocurra mandar toque de queda, para que mientras retiramos precipitadamente a nuestros muertos de las cunetas de las plazas, volvamos, otra vez, a llorar la primavera?